miércoles, 9 de febrero de 2011

Creciendo.

Hace qué tanto pudo ser, que estuve sentado en el diminuto patio de un jardín de niños, con cámara en mano y recibiendo este homenaje del día del Padre en el cual mis hijos participaban de un número musical que, por mas poco sincronizado e informal que haya resultado, logró provocarme un gran nudo en la garganta, mientras suspiraba y reflexionaba acerca de la inocencia de aquellos quienes algún día, lejano en apariencia, serían mi legado en esta Tierra. Honestamente, para mi no pareció que fuera mucho tiempo, sin embargo, cronológicamente me doy cuenta que sí.

Anoche; sentado frente a la boleta de asignación de Secundaria de mi hijo el mayor, preocupado porque le asignaron una escuela en la que ni su madre ni yo estamos de acuerdo, se dio un diálogo entre él y yo que resultó muy aleccionador. No sabría decir si lo fue para él, pero lo que si puedo asegurar es que para mí sí lo fue, y mucho.

Entre algunos conocidos y amistades que tienen el privilegio de ser papás, hasta ahora, no recuerdo de alguno que no quiera para sus hijos algo mejor de lo que ellos tienen. Esto, muy independientemente de sus logros académicos, laborales y personales. Es decir, no importa cuán alto ha llegado un hombre; cuando se trata de sus hijos, esto será siempre parecerá ser poca cosa.

En un afán por anticipar para él los cambios propios de un nuevo período escolar, de por sí difícil y que se juntan con los relacionados con la adolescencia, platicamos un buen rato de lo que puede presentarse y de las probabilidades de ya no participar de una relación tan infantilmente estrecha entre nosotros, sus padres y él, nuestro hijo.

Durante la plática, surgieron ejemplos de vida, hubo las odiosas comparaciones y desde luego, también salieron a relucir menciones alusivas a mi persona. Busqué las palabras mas digeribles, los ejemplos mas aplicables y las enseñanzas que solo la vida te pude dar y que de hecho existen para ser pasados de generación en generación y las vertí sobre mi hijo, bañándolo lo mas que pude en ellas. El me miró y escuchó sumamente atento todo el tiempo y yo no pude evitar de vez en cuando pensar en si esta sería una de las últimas veces en que tendría yo toda su atención. Incluso temí por un momento del tiempo en que me tocara vivir alguna diferencia de opinión y que esto derivara en un distanciamiento propio de las edades de cada uno. Un drama innecesario pero que finalmente me plantee.

Tras veinte o veinticinco minutos de monólogo, porque en realidad eso es lo que fue, mi hijo asintió con la cabeza en señal de que había comprendido mi mensaje y yo me quedé de nuevo en la mesa, viendo el papel que tenía en las manos pero absorto en lo que se viene para mi como Padre.

Solo Dios sabe hasta donde podré cumplir cabalmente con la responsabilidad de guiar a mis hijos. Y seguro será Dios quien se encargue de hacérmelo ver en un futuro ya no tan lejano. Lo que si tengo seguro es que será Él también quien funja como mi único testigo de que mis intenciones siempre son, han sido y serán, las de acercar todo lo que esté en mi poder, para que mis hijos crezcan siendo no solo hombres de bien, sino de éxito también.



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