miércoles, 17 de noviembre de 2010

Los 40.

Recientemente he llegado a mis 40 años y la verdad es que, fuera de estar consciente de ello, no me he notado aun algún cambio específico, indicativo y evidente que refleje mis 4 décadas en este mundo.

Aun recuerdo con claridad mis días de secundaria, cuando durante inocentes ejercicios futuristas entre mis compañeros de clase, imaginábamos tan asombrados como escépticos, lo que habría de ser el año 2000. Curiosamente, siempre terminaba reflexionando sobre la edad que yo tendría cuando se llegara ésa, hasta enonces, muy lejana época.

Habiéndo nacido en un año cerrado, es decir en 1970, nunca ha sido difícil para mi calcular mi edad en tiempos futuros. Por ello, concluía rápidamente que para entonces debería yo a tener 30 años; mismos que, para alguien de 15, parecían toda una vida.

Hoy en día, con mis 40 encima y un cúmulo de experiencias y vivencias que bien me dan cierta autoridad ante la vida, me encuentro viviendo todo, menos lo que mi imaginación, por mas estimulada que estuviera en los ochentas, pudo jamás imaginar.

Crecer, madurar, casarme y ser padre, son cosas que uno nunca puede imaginar. Aun cuando todo esto te rodea siempre y convives con ello, jamás logras ni siquiera acercarte a lo que termina siendo en realidad: Una experiencia única e irrepetible.

Justo hoy, apenas a 30 minutos de estar escribiendo esto, me pasó algo que me hace pensar en lo que les digo. A través de mi hijo Alejandro, empiezo a ver destellos de situaciones que yo mismo viví y que seguramente, algun día él vivirá a través de sus propios hijos; y me doy cuenta de cuán inocentes podemos llegar a ser, pero además, me doy cuenta de que resulta casi imposible engañar a la experiencia que solo el tiempo le puede dar a un padre; a un hombre.

Viendo videos musicales de mi época de jóven, de pronto, me encontré coreandolos junto a mi hijo. Resultó clara la influencia que mis gustos han ejercido en él y de inmediato reflexioné sobre el tiempo que he vivido, pero mas profundamente aun, sobre el tiempo que me queda aquí, en esta Tierra.

Hay quien dice que llegar a los 40 representa una especie de tope, que es la mitad del camino para un ser humano promedio en mi país e incluso, hay aquellos a quienes les gusta metaforizar y suelen compararlo con el inicio del fin, o el inicio del descenso de esta montaña que es la vida.

En mi caso, los 40 son algo nuevo pero a la vez solo algo mas. Soy de los que creen que en esta vida, uno nunca deja de aprender. No hay cimas. No hay topes. Pero si hay un final. Y mientras este final no llegue, lo mejor será disfrutar de lo que tengo. Disfrutar lo que soy.

Tener 40 años es como tener 20, o 12, o 55. Hay mas achaques, sí, pero también hay mas responsabilidades y logros que dependen solamente de uno mismo. Cada etapa tiene lo suyo pero, habiendo llegado hasta aquí y si me lo preguntan, me quedo con mi presente, por encima de la ingenuidad e incocencia de la juventud. Resignación? Quizás. Pero para mí, es solo cuestión de ubicarme en mi espacio. En mi tiempo.

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