sábado, 16 de abril de 2011

Sin Miedo A La Vida.

No sé si haga falta estar en tus 40, o bien, tener 40 problemas simultáneos ocupando tu cabeza casi todo el tiempo. Lo cierto es que resulta tan sorprendente como imposible no perder de vista la facilidad con las que la monotonía y lo rutinario de una vida, suelen esconderse detrás de una, a veces, aparente felicidad, estabilidad o seguridad.

Creo que el factor edad, la experiencia, vivencias y acontecimientos que con ésta vamos acumulando son mucho más propicios y perfectos para que se dé, y nos pese el factor sorpresa del que hablo. Y este, es justo en el punto en el que me encuentro ahora. Es justo ahora que me puedo preguntar con mas certezas que dudas si lo que he hecho hasta hoy, ha sido realmente lo que he querido yo, o lo que otros han querido de mí.

Acabo de ver Sin Miedo A La Vida (Fearless - 1993), que hace tiempo había visto ya y que, curiosamente hoy, a diferencia de hace años, causó un efecto reflexivo muy profundo y me llevó a compararla con situaciones que actualmente vivo.

La película cuenta la historia de un hombre convencional que lucha como todos nosotros por llevar una vida plena y satisfactoria. Al menos desde el punto de vista social. Ya saben: Cumplir con tu familia, tener un buen trabajo, pagar tus deudas a tiempo, llegar temprano a casa y ser “buena” persona. Sin embargo, un suceso de esos extraordinarios que parecen tener que pasarnos a todos solo una vez en la vida, hace que su percepción sobre sí mismo y su entorno se vea cuestionada severamente, al grado de sentirse completamente fuera de contexto y aunque ahora cuenta con una aparente mayor seguridad sobre lo que quiere y busca, lo cierto es que las dudas volverán y serán justo estas, las que terminarán regresándolo a una realidad a la que no está seguro de querer volver.

Salirse del guión que como individuos nos hemos labrado durante los últimos años e improvisar un poco en nuestro papel es algo que no todos podemos controlar. Y así como existen quienes cuya naturaleza inquieta les permite la facilidad de hacerlo, también existen aquellos seres incapaces de infringir, al menos conscientemente, las reglas de la vida, o de la ética, o de la sociedad, y es justo por esa razón que parecen necesitar de hechos extraordinarios para detener su marcha errática, cuestionarse mas las cosas y decidir lo que creen que sería mejor para ellos mismos y la vida que hasta ese momento llevan.

hoy mas que nunca, resulta menos extraño ver que, en el punto medio de una vida plena, las personas puedan empezar a desarrollar patrones de comportamiento ajenos a los que normalmente acostumbraban. Aquí el problema para quienes les rodean no es propiamente este, sino tener la capacidad, paciencia y sobre todo amor, para poder comprender las razones del cambio. Entender y descubrir qué hecho extraordinario pudo haberles afectado de tal o cual manera estas personas, por enorme o insignificante que les parezca, para luego asimilar las consecuencias y con ello, por supuesto, ayudarse a ayudar a la persona “afectada”. Eso, si es que en realidad esta lo necesita, o lo solicita.

Muchas de las veces sorprende saber que, cosas tan sencillas como un cambio de ruta, salir a otra hora de la oficina o llamar a un viejo amigo o familiar que hace tiempo que no vemos, pueden traer como resultado una serie de sucesos que cambiarán la rutinaria vida que llevamos y que es precisamente gracias a esa rutina, que se vuelve imperceptible incluso para nosotros mismos.

En el caso de Max Klein de Sin Miedo A La Vida, éste empieza a sentir que no puede ser alcanzado por la muerte, lo que le lleva a experimentar un nivel de confianza enfermizo que posteriormente afecta a su familia y a otros involucrados en el mismo suceso traumático que él vivió y termina finalmente, abrumándolo por completo. Sin embargo, la parte clave de la película llega cuando nos damos cuenta de que, por más confiados que estemos de la “buena fortuna”, “infortunio”, según sea el caso, que lo que atravesamos nos ha dejado, lo cierto es que nunca seremos más que simples títeres humanos jugando un macabro juego en el que el destino y nuestras propias mentes son los enemigos a vencer y sin la ayuda de aquellos que nos aman y aprecian y a quienes pudimos afectar sin habérnoslo propuesto, resultaría prácticamente imposible vencerlos.

Es cierto, la rutina puede hartar y hacer que perdamos el control, pero es prudente saber que también aquello que nos saca de dicha rutina pudiera hacernos tastabillar y perder el control pero de una peor manera que la causada por la propia rutina. La condición humana jamás va a ser excelsa. Somos extraordinarios como seres pensantes y racionales pero todo esto conlleva una contraparte y es justo esa la que nos pone el mayor de los retos, pues no es popularmente reconocida ni apreciada y por tanto, permanece siniestramente oculta en el subconsciente de todos, esperando el momento preciso para poder sacar lo mejor o lo peor de nosotros.